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22 de enero de 2007

El Príncipe Blanquiazul

¿De qué juega Diego Milito? El vocabulario moderno es tan complicado que ni el mismo Milito lo debe saber. Punta, segundo delantero, delantero por afuera… En su caso la duda se extiende a la vida cotidiana, a su biografía y casi a sus señas particulares, algo insólito en un jugador de fútbol. Es una persona callada, introspectiva; si fuera por él sería el hombre invisible. Esta cualidad para el camuflaje quizá se explica porque encarna un tipo a la vez antiguo y preciso de futbolista, que cualquier aficionado confunde con parte del escenario: centrodelantero. Y de los buenos.

Parece que hubo muchos a lo largo de la historia, pero es necesario pensar un rato para dar con auténticos representantes del puesto. Artime, Santillana, el alemán Gerd Müller, sin duda el compendio de todos los demás. Los jugadores puros, como los ministros y las especies raras, desaparecen o se adaptan, cambian para sobrevivir. ¿Cuántos ‘nueves’ o ‘dieces’ o incluso ‘ochos’ naturales hay en la Liga? El técnico de la selección española, por ejemplo, tiene que hacer malabares para ocupar el centro del campo. Es cierto que todavía no probó con Zapater, pero es cuestión de tiempo. Tarde o temprano el zaragocista tendrá su oportunidad, por joven y talentoso, pero sobre todo porque es versátil, moderno, puede ocupar distintas zonas de la cancha.

Con los centrodelanteros ocurre otro tanto. Intuitivos, rápidos para pescar rebotes o pelotas sueltas, finísimos rematadores, los supervivientes del género se han visto obligados a ejercer de polivalentes. Aparentemente todo equipo tiene uno; lo cierto es que éstos se definen más por la excepción que por la regla. Sin ir más lejos en la selección esa función la cumple Torres, que en realidad es un centrocampista ofensivo. Entre los nacionales el representante más claro del puesto es Morientes. De ahí los problemas que tiene para jugar en la selección; lo suyo es tan puro que parece cosa de especialistas, nadie sabe dónde ponerlo para que no desentone en la confusión general. Entre los extranjeros, en cambio, destaca Diego Milito, en La Romareda.

Diego nació en Bernal, Buenos Aires, el 17 de junio de 1979. Desde muy chico jugó al fútbol y desde muy chico lo hizo bien. El primero en advertirlo fue Miguel Gomiz, técnico de las inferiores de Racing de Avellaneda que también ofició de maestro y amigo. La retribución de Diego fue consagrarse campeón del Apertura 2001 con el primer equipo de Racing –uno de los clubes históricos de Argentina, con una hinchada multitudinaria– después de más de treinta años de sequía liguera. Fue una experiencia extraña, luminosa. El mismo equipo que estuvo a punto de descender en un campeonato salió campeón en el siguiente apoyado en varios pibes del club: Bastía, Chatruc, Maxiliamo Estévez, Carlos Arano y Diego, que casi enseguida saltó al Genoa de la Segunda División italiana. En Italia alcanzaría rápidamente la madurez deportiva. La estadística resultó, en verdad, extraordinaria: 33 goles en una temporada y media.

Los directivos del Zaragoza fueron ágiles y audaces y se lo llevaron antes de que pudieran reaccionar ingleses y franceses. El hecho evidente es que acertaron. Su contribución ha sido clave para la levantada del equipo en los dos últimos campeonatos. Es probable que la llegada de Diego les haya dado a los demás la certeza de que es posible dar un pase sin esperar a cambio un pelotazo a quemarropa. Los centrocampistas saben que la pelota puede volver en forma de pared; los delanteros saben que se puede jugar aún dentro del área, según los manuales.

El resultado es que el Zaragoza juega sin miedo a la pelota, preferentemente a ras de suelo, y eso ya es mucho peligro para un apretado final de campeonato.

En medio de ese vaivén está Diego Milito emboscado en la sombra. Nadie lo advierte, nadie lo siente llegar. Esta conducta es parte de su naturaleza clásica. Se mueve entre bambalinas, como los viejos ejemplares de la especie. Con la discreción y buena parte de la elegancia de un príncipe en el destierro. El Príncipe Blanquiazul.

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